Hay obras en casa. Un fastidio. Pero las cosas envejecen, se estropean, y hace falta remozarlas. Suena incesante la máquina que perfora el suelo. Un hombre sube y baja escaleras con sacos de escombros a la espalda. Nuevos materiales aguardan el momento de integrarse en el hogar. Mi perra se pone nerviosa y ladra: no le gustan los cambios.
En la vida, como en la casa, las obras están presentes. En mi rostro una herramienta taladra ya ciertas arrugas. Cuando aumenta el peso, se me agria el carácter; con las manos vacías, regresa el humor aliviado. Mi perra se comporta, acostumbrada a la cirugía continua, a lo magno y a la chapuza, al material que encaja y al que chirría.
Es a mí a quien le cuesta hacerse a la idea. Vivo en perpetuo sobresalto. Solo descansaré cuando se acaben.